viernes, 21 de junio de 2013

Chequeos médicos para nada

Dudas sobre la efectividad de los chequeos médicos

Estamos habituados a ver, en forma de noticia, como el Papa, el Rey, los Presidentes de Gobierno y, en general, los grandes personajes se hacen periódicamente reconocimientos médicos para comprobar su estado de salud y poner pronto remedio, si fuera el caso, a los pequeños achaques que en estas revisiones pudieran detectarse. La lógica de esta práctica parece sencilla y bien hilada: si algún mal está acechando escondido, mejor pillarlo débil y en pañales, cuando podemos doblegarlo con una simple colleja, que no crecido y musculado como un guerrero con el que igual ya no podemos ni a fuerza de pastillas, quirófanos ni legiones de galenos. Si algo hay que corregir mejor hacerlo antes, cuando apenas está brotando que luego cuando ya es leñoso y ha fijado inamovibles sus curvas y vicios. 


En realidad, esta es la lógica que sustenta muchas de las prácticas preventivas, especialmente las de cribado o "screening": someterse a determinadas pruebas con una cierta regularidad para detectar en fases precoces aquellas enfermedades cuyo tratamiento es mucho más efectivo si se aplica en esos momentos iniciales. También, porque pueden aprovecharse esos momentos para dar consejos sobre hábitos y estilos de vida que pueden contribuir a mantener y mejorar nuestro estado de salud presente y futuro. Sin ir más lejos, las recomendaciones de la US Preventive Services Task Force se ordenan a partir de las diferentes intervenciones sanitarias que habría que hacer a cada persona en función de su edad y sexo en cada uno de esos contactos asistenciales periódicos. También el Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud (PAPPS) de la Sociedad de Medicina Familiar y Comunitaria que desde hace muchos años se aplica en España. 

Pues bien, acaba de publicarse una revisión sistemática de la Cochrane Collaboration  en la que, a tenor de los 16 ensayos clínicos publicados hasta el momento, se concluye que las revisiones o chequeos periódicos no parece que tengan ningún efecto sobre la mortalidad o la morbilidad de quienes se someten a ellos y, sin embargo, sí que incrementan el número de diagnósticos médicos con los que se les etiqueta, así como la cantidad de medicamentos que acaban tomando.

La sorpresa ha sido tremenda, no solo por la ruptura de la lógica, buen sentido y seguridad que nos transmitía esa imagen de papas, reyes, presidentes y gentes de altos vuelos poniendo a buen recaudo su salud, sino también porque gran parte de las estrategias sanitarias actuales pasan por potenciar las actividades preventivas para prolongar la vida lo más posible en estado de buena salud e ir arrinconando las enfermedades hacia los últimos años de la existencia, donde ya no queda más remedio que rendirse a la verdad funesta de nuestro destino biológico.

Por ello, rápidamente se ha tratado de buscar explicaciones a estos paradójicos resultados. La primera, que los ensayos revisados son muy antiguos, nueve de ellos de mediados de los setenta, cuando todavía no se habían introducido sistemáticamente algunas de las técnicas de cribado actuales, como la mamografía o la sigmoidoscopia, por ejemplo. La segunda, que la mayoría de las muertes de las personas menores de 65 años (como los estudiados en los ensayos clínicos) se produjeron por causas (accidentes, suicidio, homicidio, cáncer, cardiopatías) hacia las cuales no estaban dirigidas las intervenciones preventivas de esos reconocimientos periódicos, por lo cual es muy difícil detectar ese beneficio sobre la mortalidad, que, en todo caso, se manifestaría a más largo plazo. Por último, que en casi todos estos ensayos, los reconocimientos se hicieron en centros específicos, diferentes de los propios de la atención primaria y que se realizaron una sola vez, no periódicamente, por lo que su efectividad puede diferir de la práctica de esta estrategia tal y como ahora se propone.

La mejora de la salud actual exige una integración entre salud pública y asistencia sanitaria a través de un programa encaminado a prevenir la aparición de enfermedades, detectarlas en fases precoces y proveer los tratamientos más efectivos en cada momento.  Pero también esos programas deberían estar debidamente fundamentados en el conocimiento científico y no impuestos por el rito de la costumbre, la apariencia de bondad o, lo que es peor, por intereses de terceros persiguiendo los 'cuartos'.

Afortunadamente, tanto las recomendaciones de la US Preventive Service Task Force como el PAPPS parecen seguir ese criterio científico, pero no estaría de más que alguien pudiera evaluar sus resultados globales en términos de morbi-mortalidad y despejara esta sombra de duda que los autores de la revisión Cochrane acaban de ponernos delante de los ojos.

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