miércoles, 15 de mayo de 2013

Sobre burros y flautas

A la pesca de directivos


En cualquier empresa, en cualquier organización, el vivero natural de los cargos directivos suelen ser los mandos intermedios de la propia organización. En ocasiones, incluso los de la organización vecina, si lo hacen bien y se dejan. Se supone que estos mandos intermedios tienen el suficiente conocimiento acumulado de la empresa, la suficiente experiencia en la gestión de personas, equipos y proyectos como para situarse en un escalón más alto de responsabilidad con ciertas garantías de éxito (nada es infalible y algunos pueden llegar también a ser un verdadero fiasco). Este proceso de selección natural de mandos y directivos, hace que en las organizaciones, sobre todo en las grandes organizaciones, todo el mundo tire en el mismo sentido. El operario aspira a ser jefe de grupo, el jefe de grupo a ser jefe de sección y el de sección a jefe de departamento. En cada cambio uno se perfecciona con la experiencia, la formación que adquiere y los resultados que consigue. Y de paso, con este impulso vital de renovación, basado en el empuje, las aspiraciones y la ambición de las personas, la organización progresa. 



¿Se han preguntado alguna vez por qué ningún, o casi ninguno, que rarezas hay en todos los sitios, jefe de servicio o de unidad ocupa cargos directivos en los centros sanitarios públicos?. ¿Por qué casi nadie entre ellos tiene como aspiración profesional inmediata acceder a un puesto directivo de su centro de trabajo?. La razón es muy sencilla. En términos reales, lo que en un puesto directivo les espera son muchísimos más problemas, más trabajo y menos dinero. Tres estupendos reclamos que espantan a cualquiera. No conozco a nadie al que le guste ganar menos y trabajar más. Abundan, sin embargo, los partidarios –yo me incluyo- de la ecuación inversa. 

Por si fuera poco, y aunque la cosa está cambiando, la mayoría de las jefaturas de los servicios sanitarios suelen tener un plácido carácter vitalicio, o casi. Tanto para el más brillante (los hay) como para el más despreocupado de los jefes servicio, el premio que le espera es el mismo y las posibilidades reales de reprobación muy pequeñas. Incluso he llegado a oír a varios argumentar sin rubor que de gestión no tienen ni quieren tener idea y que sólo saben de clínica, que es lo suyo. Y lo peor es que en la mayoría de los casos es cierto: grandes clínicos a los que se premia con una medalla en gestión. Y claro, si a uno no le gusta el pan, del bocadillo se termina por tomar sólo lo más sustancioso: la posición, el salario y el prestigio profesional y social que la jefatura acarrea. De la gestión que se ocupen los burócratas.

Puede decirse que, hoy por hoy, el techo profesional de un clínico es la jefatura de servicio o depatamento, verdaderos “ochomiles” desde los que se divisa la grandeza de los cielos y desde donde todo lo demás parecen simples colinas. Quedan, por el contrario, los gestores, los pocos vocacionales y los mayoritariamente advenedizos, a la intemperie de los políticos, que reparten pletóricos los sillones de estas ínsulas Baratarias como si se tratara de reinos de Potosí. Y luego viene lo que viene. Como músicos callejeros, tocan la melodía de la gestión a base de oído, guiados por el instinto y al compás del soniquete político de turno; aunque como le pasó al burro con la flauta, de vez en cuando, a base de pastar, sacan algún sonido que rápidamente confunden con una gran obra sinfónica. Pero una cosa es acertar con un “do” resoplando una flauta travesera y otra muy distinta acometer un aria completa de Puccini. Imagínense, con la garganta, la potencia vocal y el hojalatado timbre nasal de un solípedo. 

La profesionalización de los puestos de gestión es una tarea obligada y urgente si se quieren mejorar nuestros servicios públicos. He hablado de la sanidad pero es aplicable a otros sectores de la Administración. Profesionalización no es “funcionarización”. Esta es otra lacra de la que ahora no cabe hablar. Pero sí formación, independencia, recorrido profesional, transparencia y rendimiento de cuentas. Y también, mejor remuneración y prestigio. Pese a la que cae.

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