viernes, 17 de mayo de 2013

La regla de las tres C

Convence, confunde o corrompe

Yo me he quedado de piedra, pero esta es la regla que parece imperar en el mercado de la prescripción farmacéutica en India, según señaló el editor del Índice Mensual de Especialidades Médicas a BMJ: "convence si es posible, confunde si es necesario y corrompe si ninguna de las anteriores cosas funciona". La regla de las tres C para los delegados farmacéuticos. No es de extrañar que con ese lema como premisa de conducta, el  estímulo a la prescripción de medicamentos mediante regalos a los médicos por parte de la industria farmacéutica se haya convertido en ese país en un serio problema que incluso ha llegado al parlamento: equipos de aire acondicionado, de música, coches, televisiones, relojes, cadenas de oro, etc. Todo parece tener cabida bajo la regla del "quid pro quo" (algo a cambio de algo) según un informe de un comité parlamentario sobre bienestar familiar y salud de ese país.

La tajada a repartir es gigantesca, unos 10.000 millones de euros anuales,  en un mercado compuesto principalmente por especialidades farmacéuticas con la patente caducada, por lo que la competencia es muy diversa, feroz y libre de escrúpulos. La empresas invierten hasta el 25 % de su facturación anual en actividades promocionales (incluidos los costes de contratación de delegados de venta) por un solo 7% en áreas de investigación y desarrollo. ¿Quiénes lo pagan?. Los de siempre, los pacientes, con el agravante en este caso de que en India, el 78% de los costes sanitarios deben pagarlos las personas de sus propios bolsillos y cerca del 70 % de esos costes son para pagar, precisamente, gastos de medicamentos.

Desde diversos medios se está demandando al gobierno indio la adopción de regulaciones y castigos disciplinarios disuasorios para las compañías que sigan este tipo de prácticas, pero como señala acertadamente Anita Jain en un editorial de BMJ, a medio plazo la pieza clave es la cimentación de un código de conducta ético entre los médicos que logre centrar la relación profesional en las necesidades e intereses de los pacientes de forma exclusiva, por encima de sus propios intereses crematísticos y materiales.

¿Que nos parece India un país exótico donde reina el caos y que nada tiene que ver con nuestro ordenado y avispado occidente?. Pues solo hay que leer la denuncia que un grupo de expertos en leucemia mieloide crónica hace en la revista Blood sobre el altísimo e insostenible precio de los fármacos antineoplásicos y de los escandalosos beneficios que las compañías farmacéuticas obtienen con ellos, para darnos cuenta de que aquí también padecemos una variante de ese mismo mal. Tenemos la misma hambrienta fiera, insaciable de codicia, degollando presupuestos y carteras, aunque con otra estrategia diferente de ataque. Once de los doce últimos fármacos antineoplásicos aprobados en USA tienen un coste medio de 80.000 euros por paciente y año y el precio de los que ya existían y tenían una eficacia probada se ha triplicado en 2012. 

Ellos justifican esos precios sobre la base de la alta inversión necesaria (en tiempo y dinero) para el desarrollo y comercialización final de uno cualquiera de esos fármacos. Pero ese argumento se lo ha venido ha desmontar un poco Daniel Vassella, ex-director ejecutivo de Novartis, al afirmar que esa compañía logró recuperar los costes de desarrollo del "imatinib", uno de los más conocidos antineoplásicos, en solo los dos primeros años de comercialización. Y entonces, en lugar de bajar los precios, siguió aumentándolos de forma continuada y egoísta, de tal forma que en 2012 les llegó a proporcionar un beneficio de 4.700 millones de dólares. Un suculento pellizquito, sin duda.

Con esos precios tan altos, los sistemas sanitarios se hacen insostenibles y se crean restricciones a la prescipción que acaban perjudicando a un grupo de pacientes que, de otra forma, podrían haberse beneficiado de esos medicamentos si los costes fueran más asequibles. Pero ellos hacen sus cuentas y cuadran la caja por encima de cualquier debilidad o agotamiento de los presupuestos públicos o sensibleras consideraciones individuales. Donde el dinero manda y domina no caben sensiblerías moralizantes.

La conducta ética es, desde luego, exigible a los profesionales sanitarios para que no prescriban medicamentos a los pacientes motivados por intereses particulares, pero sería casi del todo innecesaria si fuera la industria farmacéutica quien tomara esos principios como referente inviolable.

Dicen que sí, que están por la labor, que quieren contribuir a la sostenibilidad y mejora de los sistemas sanitarios y proclaman a los cuatro vientos los estrictos códigos de ética que van a guiar en adelante sus conductas. Pero, si nos atenemos a los hechos, me parece a mí que por muy de blanco que quiera vestirse el diablo, siempre tendrá rabo y apestará algo a azufre.


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