miércoles, 24 de abril de 2013

Los eventos adversos sanitarios no parecen remitir

Tras más de 10 años de dedicación los eventos adversos relacionados con la asistencia sanitaria no parecen reducirse.

Acaba de publicarse un gran estudio holandés en el que se examina la evolución de la incidencia de eventos adversos en una muestra aleatoria de 21 hospitales entre 2004 y 2008. Los resultados son desconcertantes: si en 2004 la proporción de pacientes con un evento adverso asociado a la asistencia hospitalaria era el 4,1 %, en 2008 esa cifra aumento al 6,2%, permaneciendo más o menos estable la tasa de pacientes en los que el evento adverso era evitable (1,8% en 2004 y 1,6% en 2008). Y todo ello pese al indudable esfuerzo y atención por parte de organismos, autoridades, centros y profesionales para tratar de corregir un problema cuya relevancia fue puesta de manifiesto hace ya más de 13 años en el famoso informe del Institue of Medicine de USA "To err is Human". En otro estudio americano realizado en 10 hospitales escogidos precisamente  por sus  reconocidos programas para mejorar la seguridad de los pacientes, se llegó también a la conclusión de que no se había producido ninguna disminución ni en la tasa media de eventos adversos ni en la de los considerados evitables.

¿Qué puede estar pasando?. ¿Tan incapaces somos?. ¿Tan insoluble es un problema que paradójicamente en más del 40% de los casos se cataloga como prevenible?. Esa es la pregunta que se hacen en el editorial que acompaña al citado estudio holandés los profesores Shojania, de la Universidad de Toronto, y Thomas, de la Universidad de Texas. Aunque alguna de las respuestas que apuntan puede oler un poco a excusa, merece la pena considerar sus argumentos porque pueden servir para señalar la dirección por la tendríamos que avanzar.

Entre las explicaciones con cierto tinte evasivo, pretextan que al haberse intensificado más la atención sobre los eventos adversos en los últimos años, éstos se anotan ahora mucho mejor y por eso se detectan más en las revisiones que se hacen a partir de los registros clínicos (es decir, la culpa de los datos). También, que la inversión destinada a cuestiones relacionadas con la seguridad de los pacientes es irrisoria si se compara con otras líneas de investigación, como por ejemplo el cáncer, que cuenta con casi 200 veces más de presupuesto y más de 60 años de lucha constante, pero apenas ha logrado reducir en un 5% la mortalidad media por cáncer desde 1950 (es decir, los demás, con mucho más, tampoco).

Sí que señalan, con bastante acierto a mi juicio, los tres requisitos imprescindibles para poder avanzar en el terreno de la prevención de los eventos adversos relacionados con la asistencia hospitalaria: 1) Identificar con precisión cuáles son las intervenciones concretas que es necesario aplicar para evitar los eventos adversos más frecuentes 2) Implantar dichas intervenciones en la práctica clínica diaria y 3) Desarrollar una herramienta fiable y válida para medir de forma estandarizada la frecuencia de los eventos adversos y poder comprobar con fidelidad la evolución de dichos procesos a lo largo del tiempo. Es como si en el caso de una enfermedad concreta tuviéramos identificado el tratamiento que aplicar, lo administráramos y pudiéramos comprobar mediante una prueba, test o análisis los efectos del mismo.

Y es que en esas tres cuestiones andamos todavía en pañales y lactando apenas de los pechos de la ciencia cuando no de la improvisación. En el caso de las intervenciones potencialmente efectivas, la Agency for Healthcare Research ((AHRQ) identificó y publicó en 2001 las principales medidas a poner en marcha para mejorar la seguridad de los pacientes (parece que las actualizará este mismo año), aunque fueron criticadas porque se dio prioridad a intervenciones clínicas en relación con otras de tipo más sociológico o tecnológico aplicadas en otros sectores productivos para prevenir errores y daños (cultura, trabajo en equipo, tecnologías de la información, etc). En el caso de la difusión, tampoco sabemos muy bien cómo hacerlo y si no, ahí está el ejemplo de la lista de verificación quirúrgica de la OMS que se ha implantado ampliamente en todo el mundo pero de una manera aparentemente "burocratizada" e inefectiva. Y, por último, en el caso de la medición de los eventos adversos, metemos en el mismo saco y medimos cosas demasiado heterogéneas (muertes, reingresos, infecciones, tromboembolismos, caídas, úlceras por presión..etc) como para que pueda servirnos de guía ante intervenciones concretas.

Su propuesta es avanzar en investigaciones que comprueben la efectividad de paquetes de medidas que reúnan cuestiones clínicas con otras más de tipo comportamental o sociológico dirigidas a gestionar el cambio (como en el caso exitoso de la reducción de bacteriemias en las UCIs liderado por Pronovost); concentrar la atención sobre eventos adversos particulares (no sobre la totalidad de los eventos adversos) para poder seleccionar intervenciones más concretas que poner en marcha y poder guiar con precisión el resultado de dichas intervenciones a través de sistemas de vigilancia más específicos. Será la única forma de saber si mejoramos en temas concretos, aunque la tasa general de los eventos adversos pueda permanecer constante por la aparición de otros nuevos.

Y, en resumen, este sería el mensaje: Investigar y focalizar la atención en aspectos concretos guiados por intervenciones basadas en la evidencia. Pero también, de vez en cuando, hacer estudios generales para detectar nuevos eventos adversos que puedan ir apareciendo. 



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