viernes, 26 de abril de 2013

Atención al proceso de morir

¿Sabemos prestar atención adecuada a los moribundos?

A los  profesionales médicos y de enfermería nos enseñan en las Universidades a curar, a diagnosticar, tratar y prestar los cuidados necesarios para que las personas se recuperen de las dolencias que les afligen. Muy poca atención se presta, en mi caso particular puedo asegurar que ninguna, a la forma en que debemos ayudar a las personas a morir. Y eso pese a que en España anualmente fallecen cerca de 400.000 personas (388.000) y más del 40% (155.000) lo hacen en un centro hospitalario. Tradicionalmente eran las familias quienes se ocupaban de este último trance y quienes guiadas por la experiencia colectiva de hechos similares anteriores, la intuición de sus afectos, el apoyo de amigos y vecinos y el consejo sabio de los próceres sociales (médicos, sacerdotes, etc) trataban de que ese proceso de tránsito fuera lo menos angustioso y doloroso posible para el moribundo y para ellos mismos, los propios allegados. 

Pero las circunstancias sociales que permitían esa forma tradicional de conducir el proceso de morir han cambiado radicalmente y ahora solo en muy pocos casos es posible llevarlo acabo de esa manera. Las familias, cada vez más pequeñas, fragmentadas, ocupadas y aisladas unas de otras, han perdido toda experiencia y posibilidades logísticas y humanas para ocuparse de este proceso y por ello cada vez más, agobiados por una circunstancia que les desborda, ante cualquier signo de alarma o de deterioro físico,  trasladan con urgencia a sus seres queridos en estadio terminal a los centros sanitarios, sabedores en el fondo de que, en realidad, les llevan a que se apague su última luz, a un lugar donde confían en que sabrán manejar con destreza el proceso de extinción de los motores de la vida.

Y no parece que esto vaya a cambiar, sino que en el futuro irá seguramente cada vez a más. Y por ello, aunque no sea más que por puro egoísmo (lo queramos o no todos vamos a tener que morir), deberíamos ir preparando las condiciones del sistema para acometer una tarea para la que ahora mismo no está suficientemente preparado (ni en personal, procesos o estructuras), quizá porque no considera la atención a la muerte como uno de los objetivos y fines primordiales de su razón de ser, sino como una inevitable circunstancia incómoda, pero puramente colateral y marginal a esa actividad que desarrolla.

En cierta medida ese es el objetivo del artículo de K. Sleeman y E. Collis en British Medical Journal "Caring for a dying patient in hospital", el de llamar la atención y preparar a los médicos jóvenes para saber reconocer cuándo un enfermo se está muriendo y tener la decisión, valentía y capacidades necesarias como para saber cambiar el sentido y propósito de sus propias funciones asistenciales, para asumir de forma consciente los nuevos objetivos que han de centrar su atención durante ese proceso y lograr que las personas fallezcan de la mejor manera posible. En ese punto, ya no se trata de diagnosticar, curar y prescribir tratamientos, sino de identificar y satisfacer las necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales del paciente moribundo. De saber conducir su espontáneo camino hasta la muerte de la forma más blanda y leve posible. Y ayudar a la familia a adaptarse y a encajar el hecho en la medida en que resulte más natural y menos dolorosa. 

Algunos habrá que renegarán de esta función. Por temor, por angustia, por creerla contraria al espíritu de la propia medicina (la lucha contra la enfermedad y la muerte), incluso por convicciones personales. Pero, como digo, la muerte es un hecho tan innegable, tan ineludible, tan irrenunciable, que lo único que no tiene es remedio. Y allí donde la muerte ocurre deberíamos contar con el mejor adiestramiento de profesionales y con los procedimientos y los recursos más adecuados para saber atender con corrección, pericia y suficiencia una circunstancia por la que, tarde o temprano, todos vamos a pasar.

Tres son principalmente las etapas para las que debemos preparar al sistema:

1) Saber reconocer cuándo un enfermo ha empezado el proceso irreversible de muerte inminente o cercana. No es fácil, pero es el aspecto más crítico, porque es el punto de arranque para todo lo demás.  
2) Evaluar al paciente moribundo, para detectar cuáles son sus necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales.
3) Atender el proceso de morir, procurando satisfacer esas necesidades detectadas anteriormente.

En esas tres etapas, la comunicación con el paciente y la familia juega un papel decisivo, posiblemente el más trascendente y hay que preparar a los profesionales sanitarios para ello porque es un proceso difícil, de gran complejidad y gran carga emocional y afectiva.  En el aspecto técnico, existen guía para conducir esas etapas de acuerdo a criterios de buenas práctica. En UK la más utilizada es la Liverpool Care Pathhway (LPC) y aunque aquí en España, que yo sepa, no contamos con algo semejante, el Ministerio de Sanidad si que elaboró una Estrategia en Cuidados Paliativos para el Sistema Nacional de Salud que, sin ser lo mismo, sí que podría servir de marco general de trabajo para este tema, aunque mucho me temo, dados los tiempos que corren, está más que olvidada.

Los autores del artículo en BMJ citan una frase de Dame Cicely Saunders, enfermera anglicana pionera en el movimiento de los cuidados paliativos: "La forma o manera  de cómo morimos permanece siempre en la memoria de quienes viven"...

Es por ello que debemos cuidar el proceso de morir: porque hemos de morir nosotros mismos y porque posiblemente tengamos que sobrellevar en la memoria el fallecimiento de algún ser querido. 

2 comentarios:

  1. El diagnóstico de agonía y la atención médica adecuada a este proceso debe ser "competente" y como en otros procesos frecuentes en la práctica diaria requiere actualizar conocimientos.. y un matiz trascendente.... con una actitud y un posicionamiento del profesional ante el proceso de morir que no interfiera y facilite decisiones acordes con una buena praxis médica
    Es una atención que bien hecha produce enorme satisfacción profesional y en el entorno familiar.
    fernando flordelis

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  2. Gracias, Fernando, por tu acertado comentario. Aunque el 40 % de las personas mueran en los hospitales, hay todavía un 60% que lo hace en su domicilio y necesitan en AP de profesionales, como dices, bien preparados y que sepan conducir ese proceso con competencia y con satisfacción profesional, pues la satisfacción profesional siempre es muestra de sintonía con lo que se hace y de calidad en lo que se hace

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