martes, 15 de enero de 2013

Sucios, engañados y peligrosos

Manos sucias

En un brillante editorial de estas pasadas Navidades, el profesor emérito de microbiología Gary L. French del King's College London, hacía una fascinante y aguda síntesis de las idas y venidas de la práctica de la higiene de manos a lo largo de la historia, desde su puesta de largo por su primer promotor, Ignaz Semmelweis allí por el 1846 hasta nuestros días (Dirty, deluded and dangerous. Left to their own devices, doctors don't always do the right thing). La reflexión es dura e implacable con la conducta de los médicos (el titular ya lo avisa) que nunca han prestado demasiado interés por una práctica cuyo éxito y descrédito radica en un mismo punto: su sencillez, su elementalidad. Cuesta creer en lo sencillo, en algo que no vista la deslumbrante corona de la técnica (es más fácil hacerlo en la magia y carísimos efectos de los carbapenem) aunque lo elemental y sencillo suele ser  primordial para evitar la intervención de esa técnica: agua primero para la sed, no goteros; palabras antes que cañones, para solucionar un conflicto.


Ya en tiempos del propio Semmelweis su colegas le desacreditaron sin piedad y desconfiaron de su planteamiento. Aunque logró reducir la mortalidad debida a la fiebre puerperal del 16% al 3% tras hacer que todos, médicos y estudiantes, se desinfectaran las manos tras practicar una autopsia y antes de tocar a las parturientas, en cuanto se marchó del hospital volvieron a las andadas y, por supuesto, la señora de la guadaña siguió a sus anchas rebanado vidas como quien corta lonchas de jamón.

Luego, con el descubrimiento de los microorganismos y, en especial, la introducción de las técnicas asépticas en la cirugía por Joseph Lister hubo un gran desarrollo de las medidas higiénicas (lavado de manos, guantes, quirófanos,..) que rápidamente se vinieron abajo, o se relajaron, con el descubrimiento de los antibióticos: si tenemos medicinas, si nuestra magia tiene ese nuevo poder, para qué preocuparse, qué mas da. Esto ha llevado a la rápida  aparición de gérmenes resistentes a los antibióticos, al mantenimiento de unas elevadas tasas de infección hospitalaria y a la aparición de brotes infecciosos, de consecuencias  a veces mortales, cuyo origen principal está en una inadecuada higiene de las manos del personal sanitario. Así lo denuncia también un reciente artículo del  N Engl J Med (Preventing Lethal Hospital Outbreaks of Antibiotic-Resistant. N Engl J Med 2012; 367:2168-2169).

Víctimas de un engaño autocomplaciente, cuenta el profesor French, los médicos creen mayoritariamente (78%) que hacen la higiene de manos de forma correcta durante la asistencia a los pacientes, aunque cuando se hace una auditoría para comprobarlo, en realidad esta proporción es de sólo el 9%. Otras estimaciones más optimistas sitúan este porcentaje en el 30%. 

Sea como fuere, después de una gigantesca campaña de sensibilización y educación sanitaria para  mejorar el cumplimiento de la higiene de manos por parte de los profesionales sanitarios, auspiciada e impulsada desde tantos organismos nacionales e internacionales como quizá nunca se ha visto, los resultados no parecen buenos ni  mucho menos aceptables.  Sí que parece que hemos conseguido, como me comenta una compañera de intensivos de mi hospital, que algunos utilicen los hidroalcoholes, colocados en todas las habitaciones para facilitar la higiene de manos del personal, como dispensarios alternativos al güisqui o la cerveza durante los ratos de trabajo (The Rising Incidence of Intentional Ingestion of EthanolContaining Hand Sanitizers. Crit Care med 2012; 290-294). Sí, sí, se lo beben, que cualquier sucedáneo es bueno. Mano de santo si uno ve horrorizado que se acerca el "delirium tremens" con su aquelarre de monstruos danzantes.

Pero como con el cinturón de seguridad o el tabaco, lo que no ha conseguido la educación sanitaria parece que lo está consiguiendo el miedo a la ley.  En los hospitales ingleses se han reducido en más de un 86% las bacteriemias por Staphylococcus aureus meticilin reistente y en un 68 % las infecciones por Clostridium difficile, así como la mortalidad asociada a estas infecciones tras la aplicación de un normativa legal que les obligaba a hacer públicas sus tasas de infección y los resultados de las auditorías de sus prácticas de higiene y limpieza, bajo la amenaza de multas y despidos si no conseguían mejoras en estos aspectos.

Vamos, lo que hacía el maestro de mi escuela, una buena dosis de la medicina de la vara, bien en la parte glútea o en mitad de los lomos y problema resuelto. Que los problemas de conducta parecen sensibles al jarabe de palo. Initium sapientiae timor Domini (el inicio de la sabiduría es el temor del Señor), que decía el cura.


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