miércoles, 2 de enero de 2013

Fraude por la Calidad

Cantidad de calidades en boca de todos

Muchas caras de una misma mujer
Quizás no fue Avedis Donabedian, en su famoso artículo “los 7 pilaresde la calidad” el primero en describir los diferentes componentes que subyacen bajo el concepto de "calidad asistencial", aunque yo le tengo como la referencia más ilustre en ese particular. También, por supuesto, está Hannu Vuori que en su magnífico opúsculo de 1982 “Quality assurance of health services: concepts and methodology” (Parte 1; Parte 2) resumió de forma magistral la esencia de esos componentes. Ha habido otros muchos distinguidos que ahondaron en el concepto, como el grupo de trabajo de la OMS (WHO TechnicalReport Series No. 137, The efficiency of medical care study group, 1967.), Maxwell (Maxwell R. Dimensions of quality revisited: from thought to action. Quality in Health care, 1992. 17:1-17),  Palmer (RH Palmer Ambulatory Health Care Evaluation: Principles and Practice. American Hospital Publishing , Inc. 1983), o la propia Joint Commission for the Acreditation  of Health Care Organizations (JCAHCO), por citar a alguien, y todos ellos han coincidido en señalar que el concepto de calidad es huidizo, multifacético y polidimensional.


De forma más reciente, en 2001, el Instituto de Medicina de Estados Unidos (IOM) ató más en corto esos resbaladizos atributos propios de la calidad asistencial en un informe que tituló  “Crossing the Quality Chasm: Health Care in the 21st CenturyEl IOM concretó los rasgos esenciales que deben conformar la calidad de los sistemas de salud en seis componentes básicos:

Seguridad: evitar los errores y eventos adversos en los pacientes
Efectividad: Prestar una asistencia basada en la mejora evidencia científica disponible, usar de forma adecuada (ni infra ni sobre uso) la tecnología y lograr los mejores resultados de salud en los pacientes.
Atención centrada en el paciente: proveer los cuidados respetando los valores y las creencias de los pacientes, que deben estar bien informados y ser finalmente quienes guíen las decisiones clínicas.
Oportunidad: Prestar la atención en el momento adecuado, sin retrasos innecesarios o perjudiciales.
Eficiencia: evitar gastos innecesarios, incluido el desperdicio de equipos, tiempo, suministros, ideas y energía.
Equidad: Proveer los mismos cuidados para las mismas necesidades, sin distinción social, económica, geográfica, cultural ni de ningún tipo.


El juego de los puntos de vista
Siempre que tengo oportunidad de impartir docencia sobre metodología de la calidad asistencial a profesionales sanitarios suelo hacer un pequeño juego consistente en pedir  a los asistentes que traten de ponerse en la mente de quien pronuncia la palabra "calidad asistencial" y que puntúen de uno a tres cada uno de esos componentes en función de lo más o menos asimilados o incluidos que consideran están en el pensamiento de quien la menciona, como si buscáramos la composición o fórmula mental del concepto en cada personaje: primero suponiendo que quien la pronuncia son los pacientes, después los profesionales sanitarios y por último los gestores o los políticos. El juego, invariablemente, suele traer a la luz dos conclusiones principales. La primera, que cada uno de los diferentes actores del proceso sanitario (pacientes, profesionales y gestores) ponen el acento de forma más pronunciada y característica en uno de esos componentes: los gestores en la eficiencia (el dinero), los profesionales en la la efectividad y en la tecnología (los cacharritos)  y los pacientes en todo lo referente al apartado relacional y de servicio (información, trato, tiempo de espera, etc). La segunda, y a mi entender la más relevante, que quien sale mejor parado, quien tiene puntos en todos los apartados, quien más componentes maneja en su cerebro, quien tiene una concepción más global y completa cuando expresa el concepto de calidad es, precisamente, el paciente.

Viene a colación este comentario por las veces que en el pasado año y, en especial, en el pasado mes, he oído hablar a todo el mundo (políticos, profesionales, sindicatos, etc) de su intención de defender a capa y espada y mantener a toda costa la calidad de nuestro sistema sanitario y, sin embargo, proponer para ese objetivo cosas diametralmente opuestas. Me da en la nariz que algo de culpa en ese malentendido lo tiene esa diferente perspectiva a la hora de conceptualizar y entender el significado de la propia palabra “calidad”, barriendo cada cual para sus propios intereses.

Si siguiéramos la lección del ejercicio que he comentado quizá deberían ser los ciudadanos, en cuanto que futuros pacientes y poseedores de esa visión más global y completa, quienes tendrían que juzgar si las medidas que se proponen tienen impacto o no en la calidad asistencial. Por supuesto que para eso están las elecciones y esas propuestas que se hacen (privatización de la gestión, supresión de la ciudadanía sanitaria, copago, etc) tendrían que estar meridianamente claras en los programas electorales de sus impulsores, para poder ser discutidas y debatidas abiertamente con quienes constituyen el sujeto final y, además, son los propietarios legítimos del sistema sanitario: los ciudadanos. Todo lo demás suena a fraude, un fraude que, además, pone como escusa la calidad. 

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